El 1 de septiembre de 2013, tras una dura negociación que duró prácticamente todo el verano, el Real Madrid anunció al fin el fichaje de uno de los futbolistas más deseados y con más proyección a nivel mundial de ese momento: Gareth Bale. El galés llegaba a la capital después su sensacional irrupción en el Tottenham, que recibió 100 millones por su traspaso. Estaba a destinado a compaginar su incuestionable progresión con el hecho de asentarse en la élite y convertirse en uno de los mejores de la historia. Al menos, esa era la intención.
En 2016 amplió su contrato, que ahora vence en 2022, y fue sobre todo a partir de 2018, con la marcha de Cristiano Ronaldo, cuando Bale, que nunca había acabado de dar ese pasito al frente para convertirse en líder del equipo sobre el verde, se erigió centro de todas las críticas. De él se esperaba que convirtiera en el faro blanco tras la el adiós de CR7, en una temporada de transición en el que Florentino Pérez no encontró sucesor en el mercado.
Se la jugó a la ‘carta Bale’ y no salió del todo bien. El internacional, siete años más tarde, ha tenido un paso cargado de claroscuros como madridista. A sus 30 años, el único Balón de Oro que habita en la estantería de trofeos de su casa es el que conquistó en el Mundial de Clubes de 2018, donde llegó a marcar tres goles en las semifinales frente al Kashima Antlers. El que una vez fuera considerado mejor jugador de la Premier League, sin embargo, ha escrito alguna que otra página dorada en Chamartín, que no hay que olvidar. No obstante, también ha ofrecido capítulos tanto dentro como fuera del terreno de juego que un crack de sus dimensiones no debía permitirse.
No hay verano que su nombre no esté entre la terna de candidatos a marcharse. Su ciclo en el Bernabéu parece haber tocado fin hace tiempo y si sigue en la Casa Blanca es por falta de ofertas. Una vez más, la venidera parece la ventana de fichajes definitiva: cuando Bale, al que le restan dos años de contrato, haga definitivamente las maletas. Pese a que su fútbol en algún momento haya valido quilates, su actitud le ha mermado. Esta temporada suma tres dianas en 18 partidos. Y el papel de líder sobre el césped lo ha asumido Benzema.
En unas declaraciones al podcast de golf de Erik Anders Lang, el galés se confesaba como seguramente pocas veces lo ha hecho. Reconociendo que el golf, mal que le pese a muchos, le evita muchos quebraderos de cabeza. Y que los pitos de la grada disminuyen su rendimiento. “Los pitos te hacen sentir peor, pierdes tu confianza. Cuando fallas una ocasión de gol y te silban, la portería se te hace más pequeña. He tenido a 80.000 personas silbándome en el Bernabéu y te preguntas: ¿Cómo?”.
Es el bucle de Bale: no te salen las cosas, te abuchean, y te salen peor. Hay jugadores que se sienten cómodos en ese ambiente ―Cristiano sería el gran ejemplo― y otros a los que les afecta más de la cuenta. Gareth ha demostrado no ir sobrado de carisma, ser un tipo introvertido, con un carácter especial y peculiaridades, como todo hijo de vecino. Pero quizá tener que hacerse con el hueco que dejó el máximo goleador de la historia blanca le haya venido grande. A su fútbol, ligado con las lesiones, y a sus características psicológicas.
A Bale le quedan 11 jornadas por delante para resarcirse. Ha vivido momentos de gloria ―cinco goles en las finales― y 14 títulos como blanco, pero en el imaginario quedará perpetua esa sensación de fracaso. No es ni de lejos un fijo para Zidane, que ahora con la vuelta de Hazard y el ímpetu de Vinicius, tiene donde elegir, pero a favor del galés está el hecho de que una de sus fobias, los pitos de su afición, no los notará. Sin afición, el deporte rey pierde alma. Pero Bale, seguramente, gane en calma.
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